lunes, 28 de junio de 2004

La pobreza mata más y mejor

"La pobreza es la peor arma de exterminio", dijo Luiz Inácio Lula da Silva, al referirse a las barreras comerciales de los países ricos contra los países pobres.
Durante una conferencia sobre el tema, el líder brasileño no se anduvo por las ramas y habló claro: "No podemos permitir que las vacas en algunos países desarrollados reciban dos dólares de subsidio todos los días mientras la mitad de las personas en el mundo tienen que sobrevivir con mucho menos dinero que eso", dijo Lula.
Seguramente tenía presente los demoledores datos del documento del Banco Mundial, "Desigualdad en América Latina: ¿ruptura con la historia?" que analiza los resultados de las políticas liberales en la región, y que dice que en los últimos 20 años hay 91 millones de "nuevos pobres" en Latinoamérica. Es decir, sectores de clase media que se proletarizan, el ejemplo mas dramático es Argentina, y que predice que en los últimos seis años habrán 23 millones de latinoamericanos que dejarán de ser clase media para pasar a la categoría de los pobres.
El presidente de Brasil se quejó en Shangai, durante una conferencia del Banco Mundial realizada hace unas semanas en China, que la agenda internacional (sin duda se refería a la que suele acaparar la atención de los periodistas norteamericanos y que repiten como sosos los latinoamericanos) se concentraba excesivamente en los temas de seguridad (guerras, terrorismo, secuestros, etc.) mientras que la pobreza seguía siendo la "peor de las armas de exterminio". Aunque Lula no ha descubierto nada nuevo, lo nuevo y lo bueno es que vuelve a poner el dedo en lo feo: la extrema miseria en la que viven más de mil 600 millones de personas en el planeta y que tienen que conformarse con vivir sin subsidios de sus gobiernos y con menos de un dólar diario. Es decir, a vivir peor que una vaca estadounidense.
Y esto ocurre cada día, mientras que en Panamá y en el resto de los países centroamericanos, damos manotazos al aire para firmar a como de lugar un TLC (cualquiera que éste sea) con Estados Unidos, ignorando el vendaval de miseria que agobia la región, donde los adultos mayores, las mujeres, los indígenas y los niños llevan la peor parte. Y para que no digan que es un relacionista público de Al Qaeda el que afirma todo lo anterior, cito algunos datos del Banco Mundial y que confirman los peores temores del presidente brasileño.
Cada año la diferencia entre ricos y pobres aumentará todavía más. Es decir, será la pobreza y la injusticia social lo que afectará la paz y la seguridad internacionales. Para la región latinoamericana la perspectiva es aún más desalentadora debido a la precarización de las relaciones de trabajo que, junto con el desempleo, batió su récord histórico en el 2003. Pero el resto del planeta no lo tiene mejor. Más de mil millones de personas son analfabetas. Bastante más de esta cifra carece de agua potable. Unos 900 millones de habitantes padecen hambre todos los días. Las mujeres constituyen el 70 % de los más pobres del mundo. Más de un tercio de la población mundial que vive en extrema pobreza no vivirá más allá de los 40 años.
Y según el Banco Mundial unos 100 millones de personas que viven en la pobreza pertenecen a los países industrializados, es decir, en países tan ricos como Estados Unidos cuyo modelo anhelamos copiar en toda su miseria.
Los dirigentes de la Casa Blanca, en vez de estar censurando las bromas y los documentales de Michael Moore, deberían leer (y entender) las predicciones del los informes del Banco Mundial y cuyas cifras parece que no van a variar. Es más, se pondrán peor. Por eso, el mandato de la ONU es uno solo: erradicar la pobreza. Especialmente en las esferas críticas: el sustento de los pobres, la potenciación de la mujer, la gobernabilidad y la ordenación ambiental.
Sin embargo, la misión del PNUD, responsable de alentar respuesta urgentes a las naciones y a sus gobernantes para facilitarles la toma de decisiones que puedan cambiar el destino de los condenados al exterminio por hambre no tiene en Panamá gabinete ministerial que se pueda encargar de ello con la urgencia que demanda. Nadie aspira a dirigir un proyecto titánico pues sencillamente, al ser invisible, poco importa.
Lo amargo de esta conclusión es que si no prospera la preocupación política, la de colocar el tema de la pobreza en el tapete presidencial, las promesas de campaña de Martín podrían desaparecer.
Debería seguir el ejemplo de Lula da Silva, quien tuvo que emplear la imaginación para sortear la burocracia, pero siempre apretando con fuerza el dedo en la llaga, pues la pobreza mata más y mejor que cualquier kamikaze internacional.