domingo, 16 de julio de 2006

Hasta el último voto

MILLONES SALIERON a votar el domingo 2 de julio, en México, con la novedad que, esta vez, hasta el último voto iba a ser contado pues se preveía que iba a ser una reñida elección presidencial. Y así ha sido. Se trató de un virtual "empate técnico" entre Felipe Calderón, el candidato del Partido Acción Nacional (PAN), y Manuel López Obrador, del PRD, explicaron algunos analistas mexicanos en lenguaje mundialista. Y como ocurre en el fútbol, en las elecciones no importa quién sea el mejor, lo único que cuenta son los votos (o goles) para ganar.
Pocos pudieron prever el estrechísimo margen que le dio la victoria al candidato panista, resultados que los perredistas han decidido impugnar. "Hay suficientes problemas que ameritan un recuento total", opinó el New York Times en su editorial del 7 de julio. Para este influyente diario -que niega la posibilidad de un fraude-, las autoridades mexicanas deberían facilitar el recuento para asegurar a las dos terceras partes del electorado que no votó por Calderón, que las elecciones fueron imparciales. Y exhortó a López Obrador a no incitar protestas masivas, "..aunque no le guste el resultado".
Es una historia demasiado reciente para ser explicada aquí y ahora, pues los efectos de las elecciones no terminan aún. Lo que quedó claro es que los mexicanos están divididos. Y lo que hizo el Instituto Federal Electoral, no exento de algunos tropiezos y sospechas, fue corroborar en las urnas lo que decenas de analistas e intelectuales comprometidos con su país -y que en México abundan-, como Elena Poniatowska, Jorge Castañeda y tantos otros, habían venido advirtiendo a través de sus intervenciones: en México hay dos pueblos que se disputaban el poder. El escritor mexicano Carlos Fuentes fue más preciso cuándo dijo, en una entrevista de Nathan Gardel y publicada en el diario El Mercurio, que "..el país puede mostrar su verdadera cara: la mitad es de izquierda, la otra mitad es de derecha". Fuentes agregó que "Calderón ahora tiene que convencer a la mitad del país, que votó en contra, para que lo deje gobernar".
O sea, convencer a una mitad desencantada con la derrota de López Obrador, y que una vez pase la impugnación, tendrá que aceptar los resultados. Pero, ¿hasta cuándo?, es la pregunta del momento. Ya que entre el México del norte y el del sur hay una brecha que late con fuerza y emerge cada cierto tiempo con violencia.
Ese México -especialmente el del sur indígena excluido y empobrecido- es la cara oculta que muchos se resisten a ver, pues se acostumbraron a que el PRI la ignorara, mientras "aseguraba" fraudulentamente la impostura de la unidad política del pueblo mexicano.
La realidad mexicana es algo más que una crónica de viajes a pueblos encantados, colosales pirámides y bellos murales. Es una brutal contradicción entre dos visiones de país que se mueven angustiosamente entre el remoto pasado y el pujante futuro. Es un México en caos permanente debido a sus inacabables reservas utópicas y sus limitaciones presentes, su farsa institucional, sus llagas económicas, sus amuralladas y vigiladas fronteras, su injusticia social y su grandeza histórica, plagada de totalitarismos, generosidades y estereotipos políticos. Un pueblo que practica como nadie en Latinoamérica su profunda fe religiosa, con sus dioses, héroes y mitos.
El país azteca es también el del norte: el segundo socio comercial de Estados Unidos, con intercambios comerciales valorados en 700 millones de dólares diarios, un Tratado de Libre Comercio (TLC), 3 mil 200 kilómetros de frontera común, y donde dos terceras partes de los hispanos en dicho país, son de origen mexicano.
En el 2005, los inmigrantes (que por primera vez votaron desde el extranjero) enviaron desde EU a México 20 mil millones de dólares, el segundo ingreso después del petróleo. Según un reporte del consorcio español BBVA, "La inmigración guarda una relación positiva con el ciclo económico de Estados Unidos..." indicó. Lo mismo dijo, en febrero de 2003, ante el Senado norteamericano el ex director del Banco de la Reserva Federal, Alan Greenspan: la inmigración "compensa la escasez de trabajadores".
Washington tenía sus obvias preferencias por el continuismo. Y, según Andrew Selee, director del Instituto México-EU del Wilson Center, lo que realmente le importa es "un país con estabilidad económica y un gobierno influyente" en el hemisferio. En EU lo tienen claro: necesitan que México continúe siendo un aliado fuerte en un continente que, aunque estrena gobiernos legítimamente democráticos, se muestran cada vez menos sumisos.
La legitimidad pública es lo que está en juego. Al presidente electo le conviene que se vuelva a contar hasta el último voto en México para gobernar con tranquilidad los próximos seis años. Pues, de un padrón electoral integrado por 71 millones de potenciales electores, sólo 15 millones votaron por él. Es una presión social y política más que jurídica. Además, Calderón tendrá que atender los reclamos de esa mitad del pueblo mexicano que suele estar oculto a los ojos pragmáticos de los que suelen gobernar en Los Pinos, pero que emerge cada cierto tiempo para votar y hacerse escuchar. Es un pueblo que no va a desaparecer después de los reñidos comicios.