domingo, 11 de marzo de 2007

El "factor Mireya": Lo femenino en la política panameña

¿Es un personaje? ¿Una moda? ¿Un patrón político? ¿Existe? Desde luego que existe, pues deja sentir su influencia en la opinión de muchos sectores. También es una moda, y no se trata de una moda pasajera. El "factor Mireya" es una directa alusión a un influyente personaje femenino en la política panameña y que está irremediablemente asociado a los actos públicos y a la historia del país. Pero no es tan sólo eso. Es también el sentimiento de rechazo que produce el hecho que la ex presidenta Mireya Moscoso sea, ante todo, "mujer".

Lo que comúnmente en Panamá se conoce como el "efecto Mireya" (resultado), y que yo denomino factor (elemento-causa), es sustancialmente una versión vulgar, ligera y alterada de los adjetivos políticos con el que muchos hombres y mujeres, sin distingos de credo partidario, pretenden homologar las conductas de todas las mujeres en el campo público para inhibir su quehacer político.

La misoginia panameña, así expresada, no es más que una vil trampa del sistema político conservador para reducir los espacios de las mujeres únicamente a lo doméstico, lo biológico o lo tradicional.

El "factor Mireya" es esencialmente la relación existente entre las expectativas culturales y sociales que se tiene sobre la mujer y cómo afecta el oficio político que elige en el sistema. El vínculo entre estos factores es inestable. Las variables cambian dependiendo del espacio (nación, pueblo o lugar) y del tiempo; por ejemplo, antes o después de que el marido haya pasado por el cargo. Por ejemplo, si a una mujer la elevan al punto más alto de las expectativas políticas públicas de un partido político (poder presidencial) bajan los atributos o contribuciones objetivas de la misma y se elevan significativamente las subjetivas. En resumen, se trata de una visión sexuada y sesgada con que muchos pretenden frenar la participación de las mujeres en la lucha por el cargo a presidente, endosándoles también a éstas los descréditos de la ex mandataria panameña que gobernó el país entre 1999 y 2004.

El gobierno de Moscoso contribuyó a la creación de este factor, pues su paso por el Palacio de las Garzas se vio oscurecido por las constantes denuncias de corrupción. Pero también rompió un molde y generó altas expectativas sólo por su condición femenina. Mireya fue la primera mujer presidenta en Panamá y la tercera en América Latina. El electorado que votó por ella ignoró sus escasas propuestas objetivas y olvidó que las que la antecedieron en la región (Isabelita de Perón en Argentina y Violeta Chamorro en Nicaragua), al igual que Moscoso, habían "heredado”" el cargo del marido muerto y convirtieron su viudez en su único capital político.

Estos antecedentes explican en parte el origen del "factor Mireya", pero es también un problema actual, ya que las llamadas "primeras damas" de América Latina, siguiendo el patrón político de las ex presidentas latinoamericanas, todas inspiradas en la vida emblemática de Eva Duarte de Perón (Evita), y sin que casi ninguna constitución o leyes en la región delimiten lo que puede o no hacer la esposa del presidente, la mayoría de ellas se "contaminan" del protagonismo de sus esposos y promueven labores de corte asistencial con "íntimos" fines electorales. Las "cónyuges" (aunque no fueron elegidas para ello) manejan dineros del Estado, reciben donaciones para programas asistenciales, mezclan lo público con lo privado, opinan sobre el desempeño de los funcionarios del gobierno del marido y, sobre todo, cosechan admiración por la forma de vestir y por lo que por ellas hacen sus modistos y peluqueros. De ahí salió la primera cosecha de mujeres-presidentas de América Latina, aunque Michell Bachelet en Chile no es una de ellas.

Sin embargo, debido a esta triste tradición latinoamericana, el fenómeno induce a pensar que cuando una mujer decide a participar en la carrera presidencial, ya sea que ocurra en Panamá, Argentina o Guatemala, la tendencia de la sociedad (cargando siglos de opresión contra lo femenino) sigue colocando en primer plano lo corpóreo sobre lo social o político, unido todo indisociablemente a asuntos como la sexualidad, la procreación, el matrimonio, el celibato, la viudedad; es decir a los incontables elementos biológicos que antropológicamente han caracterizado el papel de la mujer desde los tiempos primitivos hasta nuestros días.

Pero las cosas están cambiando. El siglo XX, especialmente bajo la influencia de los míticos sesenta, e incluso mucho antes, las mujeres se impregnaron del imaginario femenino que alimentó otros modelos de mujer que, además de acortar la falda, salieron a votar por sus derechos y el de sus hijos. Las más audaces proclamaron la sexualidad sin procreación, sin edad, y, desoyendo los sermones desde el púlpito, reivindicaron el dominio femenino sobre la fecundidad, elevaron las voces para reclamar la igualdad de los sexos y hoy exigen un nuevo régimen político que favorezca la autonomía de la mujer y potencie sus ideas, sus oportunidades educativas y laborales.

En Panamá las mujeres han conquistado los espacios del Ministerio Público, el Ejecutivo, en la Corte y en la Asamblea, y hoy son mayoría en los campus universitarios, a pesar que el "factor Mireya" gravita sobre sus cabezas. Ellas son la más novedosa reserva nacional para un futuro mucho mejor en nuestro país.