miércoles, 25 de octubre de 2006

Homo Nauta

El largo camino recorrido por la humanidad desde las cavernas hasta la aldea global planetaria, se ha sustentado en las rutas de los océanos. Dejando a un lado las clásicas fábulas sacerdotales sobre el origen del hombre, fue gracias a la luz solar que surgió en el seno de los mares, hace millones de años, el primer eslabón de vida. A partir de entonces, se multiplicaron las especies, los animales terrestres y marinos, y mediante un equilibrio misterioso de intercambios de energía se garantiza la evolución hacia el futuro. No se equivocan quienes afirman que el mar ha impulsado -a través de los tiempos- la expansión del hombre. Pero..., muchos siglos después, surgió en la víspera del referéndum, la aparición de nuevas y extrañas formas de vida: los "homo nauta" panameños. Son personas que practican con fe casi religiosa el determinismo oceanográfico del país para convencernos que la ruta entre los océanos (Pacífico y Atlántico); es decir, el Canal de Panamá, es casi la única fórmula prometedora para apostar por el futuro y acelerar el progreso. En muchas cosas tienen razón. El 98% del agua del planeta se encuentra en los océanos, y en ellas están presentes una infinita diversidad de substancias de vida. Los mares, es cierto también, representan la mayor riqueza del planeta, no sólo por su valor para la navegación mundial y el desarrollo de las civilizaciones desde la época de los egipcios, fenicios, griegos y chinos, hace ya mucho miles de años, sino por su valor actual debido a la biodiversidad y capacidad de autogeneración para la vida humana.

Pero no creo que haya sido la conciencia ecológica el motivo que animó a los que apostaron con gran vehemencia por el mejoramiento de la ruta canalera. Realmente antes de la aparición de los "homo nauta" panameños, debe estar en algún lugar el eslabón perdido que nos explique algunas de las importantes incógnitas que han quedado sin resolver. Quizá el tiempo lo dirá y la historia lo verificará.

Aunque en las últimas décadas ha crecido razonablemente nuestra conciencia oceánica, y hemos fortalecido con éxito nuestra responsabilidad para administrar el Canal, fue el perfeccionamiento de la navegación mundial, especialmente tras la Segunda Guerra Mundial, lo que nos colocó al borde de nuevos desafíos: el costo y la velocidad de los cambios tecnológicos navales y el crecimiento exponencial del transporte de mercancías y recursos (petróleo, minerales, armamentos, etcétera) para atender los apetitos comerciales de las grandes urbes del planeta, todo ello enfrentado la conciencia ambiental.

En medio de este devenir histórico fueron surgiendo lentamente los "homo nautas" en Panamá, y que pretenden ahora regentar el país como una industria marítima se tratase. Queda pendiente y sin resolver el Plan Nacional de Desarrollo. ¿Dónde está? ¿Será acaso el eslabón perdido?

Mientras tanto han salido a flote las singularidades y las contradicciones del país: una nación que si bien que no tiene barcos, posee la mayor flota mercante del mundo. Tenemos dos océanos a la vuelta de la esquina, pero son las lluvias y los ríos los que riegan nuestros bosques y los prados que nos alimentan. Sin tradición marina, todos los navegantes del mundo nos visitan. Y a pesar de que más del 50% de la población vive en el campo y dependen de la tierra, los periodistas españoles persisten en llamarnos "el país del Canal. Y ahora, con la ampliación de la ruta canalera, tras el intenso debate sobre la ampliación, y en tan sólo seis meses hemos dado un salto (sobresalto más bien) en la evolución de los panameños: del "homo sapiens" al "homo nauta". En el medio hemos quedado el resto de los ciudadanos. La explicación del origen de esta especie evolutiva de los panameños ha sido el atractivo económico de la propuesta de la ampliación. Pero la realización de este ambicioso proyecto de ingeniería, el cual será posible no sólo por la conjunción de las nuevas tecnologías, los presupuesto bien manejados y la estricta observancia de todas las ideas, dependerá también de que sepamos armonizar el progreso científico-técnico de la industria marítima con la naturaleza. Seguramente una apuesta en esta doble dirección por parte de los que toman las decisiones políticas nacionales, se pueda convertir en un espectacular oportunidad de desarrollo. Lo contrario sería ahogarnos literalmente en el intento.

martes, 10 de octubre de 2006

La circunspecta actitud de los funcionarios

Itzel Velásquez
ARTICULO DE OPINIÓN
Octubre 2006

Los dramas sociales que estamos viviendo (salud y transporte) están estrechamente entrelazados con el clásico espectáculo de la política panameña, y en ese escenario de ilusiones sociales, la responsabilidad de los funcionarios ante la opinión pública se ha convertido en un auténtico vodevil político: un gran lío lleno de enredos y embustes.

La comedia pasa sus “mejores” capítulos durante las conferencias de prensa y los paneles de opinión de los canales de televisión, donde –especialmente en estas últimas semanas- ocupan interminables horas de la programación diaria. Allí los grandilocuentes personajes de esta comedia nacional, actores de pasadas y presentes administraciones, interpretan sus diversos papeles y tratan de impresionarnos con increíbles explicaciones sobre las razones de lo ocurrido.

Sin orden ni concierto salen sucesivamente a escena el Ministro de Salud, Camilo Alleyne, el director de la Caja del Seguro Social, René Luciani, los ex-directores de la CSS (Jované y Martinelli), y un sinnúmero de especialistas y jefes de departamentos haciendo sus “pininos” ante los medios. Algunos canales han desempolvado también a una gran cantidad de ex-funcionarios del Ministerio de Gobierno que creíamos haber olvidado. Entre ellos, Juan Chevalier y Mariela Sagel, ambos dando sus respectivas recomendaciones sobre lo que habría que hacer, hoy por supuesto. Sugerencias que se mezclan con las que están haciendo los actuales directivos del transporte público junto a los transportistas (cuesta distinguirlos).

Sin embargo, a pesar de las abundantes explicaciones que han dado, nadie entiende las decisiones que se acuerdan entre el gobierno y los transportistas. Nunca la hemos comprendido. Menos ahora. Porque los conductores de buses han ignorado siempre las normas de seguridad e incumplidos toda la vida los acuerdos. Como quedó demostrado ese lunes fatal cuando, uno de ellos, desoyó los gritos de sus sufridos pasajeros y su impericia originó que se calcinaran a fuego vivo 18 panameños. Por fortuna los periodistas grabaron el dantesco espectáculo y filmaron la historia que estremeció a la nación entera. ¿Alguien se arrepintió o pidió perdón? Nadie.

La historia sigue: los transportistas son los únicos que protestan (sigo sin entender) y crean el caos en la calles, pues es su especialidad. Inmediatamente el gobierno les crea una comisión y el Ministerio de Gobierno les ofrece 30 días para in-“cumplir” la ley. Supuestamente deben tomar este excepcional tiempo para emplearlo en pagar boletas, sacar licencias de conducir, arreglar sus buses, cambiar las llantas, sacar cédulas, bautizarse y confesarse, supongo yo. Mientras tanto los transportistas acusan a los periodistas de ser los “culpables” de sus males y siguen cerrando calles y dejan a miles de personas sin transporte. ¡Ah!, lo olvidaba: algunos sí salieron a trabajar, pero cobraron los que les dio la real gana.

Este monumental lío lo planeó algún funcionario. “¡Zaz!”, diría Mafalda, pues todos los funcionarios, no importa su rango, se comportan como grandes especialistas... en nada. Lo único que han expresado es la típica DIS-“culpa” nacional: “Yo no fui”. Y mientras nos hablan gélidamente nos preguntamos: “Pero, estabas (estuviste) allí, y ¿qué hiciste?”. “Nada”, respondemos entonces nosotros en mortal silencio.

De esta manera los altos funcionarios del gobierno intentan desarmarnos la rabia que sentimos con aires circunspectos y distinguida ecuanimidad. Pero, ¿quién les cree? Acaso no se enteran que la sociedad está al borde del “hartazgo nacional”, debido a la impunidad que reina en el país donde no hay culpables ni responsables.

Durante estas largas y trágicas semanas, el gobierno ha decretado varias comisiones (¡¿más?!) y dos días de duelo nacional. Me pregunto: ¿Bastarán dos días para terminar con el dolor y las muertes de los panameños humildes? Supongo que se trata de una operación política e intelectual de siniestros asesores gubernamentales y con el que pretenden homologar el sufrimiento del pueblo con sus victimarios. Pero esta inmoral impostura no es posible. No para los que tienen conciencia.

Lo más grave del comportamiento de los funcionarios, las altas autoridades, los transportistas y los negociantes que lucran con la muerte de los indefensos panameños, es que actúan con absoluta impunidad, al margen de la ley y como si se tratase de una macabra pieza de vodevil que responde a un guión prefabricado por un experto en ocultamientos oficiales y que, antes de salir a escena, les dice: “Pasen y mientan”.

Una peligrosa práctica que se ha utilizado en varias sociedades totalitarias, entre ellas la Alemania nazi de Goebbels. Por lo que el surgimiento de estas fórmulas “neo-goebbeliana” en Panamá, es una consecuencia directa de la falta de eficacia, la indiferencia y la incompetencia de muchos funcionarios para administrar las instituciones y los intereses ciudadanos en uno de los peores momentos de la historia del país.