viernes, 30 de junio de 2006

¿Qué hacer para no parecer terrorista?

Artículo de Opinión
Itzel Velásquez

Julio 2006

Me resulta imposible creer que este tipo de pregunta no haya inquietado profundamente el ánimo de cientos de miles de personas que en estos días vieron como la policía británica abaleara “por error” al brasileño Jean Charles de Menezes, a quien confundieron como terrorista en una estación de Metro en Londres.

El delito de Menezes fue, en primer lugar, parecer suramericano, árabe quizá, y es que los del tercer mundo nos parecemos tanto. En segundo lugar, se trataba de un electricista -un oficio peligroso para la policía londinense-, ya que según la prensa británica colgaban de su chaqueta un cable y alarmantes herramientas como destornilladores de alta tensión, supongo yo.

Es más, como Estados Unidos e Inglaterra se han dedicado a cultivar el “miedo blanco”, no importa la solidaridad que nos inspire siempre condenar los actos de barbarie contra la población civil indefensa, sean británicos o musulmanes, el brasileño Meneses se habrá asustado de sus perseguidores –la policía británica que lo perseguía iba vestida de civil- y, quizá, habrá pensado que podrían ser terroristas camuflados de ingleses.

Que enredo nacional ha generado la psicosis terrorista en un país donde el M-16 y Scotland Yard han hecho circular el “perfil del atacante” y el cual –suponen- se esconde entre los bolsones de la población inmigrante en la capital inglesa. “Londonistán” es, según la prensa internacional, la denominación siniestra con la que los “expertos en terrorismo islámico” han bautizado a estos barrios.

Pero el asunto no es una broma. Pues a pesar de las diplomáticas excusas de Tony Blair, cuando te balean por confusión en Londres, en medio de una guerra que ellos mismos se inventaron, la cosa no da risa. A mi mucho menos pues tengo una hija trabajando allí, y como es panameña, luce una larga cabellera negra y suele llevar gruesas carteras colgadas al hombro. Hoy pienso que está viviendo en zona de alto riesgo.

Por lo demás estos sucesos pueden volver a repetirse debido a que la historia contra el terrorismo de Gran Bretaña está repleta de confusiones de esta naturaleza. Y donde las víctimas han sido sus propios ciudadanos, ya sean estos ingleses o irlandeses.

Sin embargo, por lo que nos toca por estos días, me gustaría que la policía londinense, que anda tras la pista de cualquier sospechoso de ser terrorista, nos dejaran saber qué tenemos que hacer los simples mortales para que no nos confundan.

Se me ocurre que lo más seguro sería saber hablar inglés, vivir en los alrededores del Palacio de Buckingham, medir un metro ochenta, tener los ojos azules y la nariz de Nicole Kidman. Pienso también que es preferible ejercer de abogado que de electricista, no usar zapatillas y, mucho menos, ser carpintero -como Cristo-, ni mochilero ni nada que se le parezca.

No vendría mal asegurarnos también andar siempre bien vestido. Llevar un Armani sería lo más indicado para estos tiempos de miedo blanco, pues comprenderán que nadie está pensando en los miedos de los familiares de los más de 25 mil civiles iraquíes fallecidos en Irak en esta última guerra.

Pero desde luego la cosa no termina allí. Yo sugeriría andar en “buena compañía”, es decir, no tener amigos negros, mestizos o chinos, como los que aparecen en las fotos de Benetton. Mucho menos ser bajito, feo y del tercer mundo.

Un rezo no vendría mal, pero cuidado de encomendarse a Cristo, que según las Escrituras, el mismísimo Vaticano y la prestigiosa Oxford, era oriundo de Palestina, un sitio señalado como altamente peligroso por ser cuna de revoltosos, revolucionarios y terroristas. Así pensaron los romanos de entonces, y así piensan los ingleses de ahora. Y aunque los Testamentos no lo describen tal como lo idealizaron los pintores occidentales, seguramente este hijo de carpintero era de estatura normal, de cabellos largos, barba y poblado bigote, calzaba sandalias y llevaría de vestimenta dos túnicas. Estoy hablando del Hijo de Dios, no se confundan ustedes también. Es decir, se trataría de una persona normal que sudaba lo suyo para ganarse la vida como el brasileño Menezes.

A los policías de Londres habría que refrescarle la memoria y obligarlos a llevar consigo -antes de disparar cinco tiros a quemarropa- una foto de las caras de los habitantes del resto del mundo. Y una de Cristo también, por si ya lo olvidaron. Pero no la que idealizó Dalí en su cuadro de La Última Cena, que lo pintó de rubio y ojos azules ignorando olímpicamente la historia universal.