miércoles, 6 de diciembre de 2006

América Latina insubordinada

ES OBSESIVA la preocupación de políticos y analistas sobre lo que puede ocurrir en Latinoamérica con el surgimiento de nuevos gobiernos populistas, de izquierda o simplemente "no-subordinados" a las furiosas recetas económicas del Fondo Monetario Internacional (FMI). Lo curioso es que hasta los izquierdistas de antaño (hoy "institucionalizados" en las redes del poder tradicional), se muestran también desconcertados pues no se han percatado que, incluso ellos, se alienaron al sistema y que hace tiempo abandonaron a las masas a su suerte.
Es cierto que el fenómeno tiene variados matices, que el grado de desarrollo entre las naciones, Chile y Bolivia por ejemplo, no son equiparables, que la definiciones de izquierda o populista no calzan a la medida para ninguno de los dirigentes y que los modelos económicos no se aplican por igual en cada país. Sin embargo, para comprender los motivos por los cuales los latinoamericanos votan a Correa en Ecuador, a Chávez en Venezuela, a Bachelet en Chile, a Tabaré Vásquez en Uruguay, a Kitchener en Argentina, a Lula en Brasil, a Ortega en Nicaragua a Evo en Bolivia y, más absurdo aún, por qué hay dos presidentes en México (uno "legítimo" y el otro en la calle), se requiere analizar el mapa político latinoamericano desde abajo y mirando desde allí y hacia allí. No hacerlo es confundir las cosas.
La escenografía de los procesos electorales en la región es casi siempre la misma: candidatos nuevos o "reciclados", pero con el verbo encendido y "airados" contra la globalización y sus resultados. Por otro lado, grandes multitudes apoyándolos en la calle y que se movilizaron desde la periferia de las ciudades, los latifundios y las zonas indígenas, pero que han aprendido el español y leen de otra manera la palabra "desigualdad" y la traducen "explotación". Son símbolos que tienen sentido y mensaje para la masas agraviadas e irritadas al extremo con un sistema que los ha olvidado.
Hay quienes piensan que esto es políticamente incorrecto y que se trata de un "slogan" electoral. Juan José Toribio, ex director ejecutivo del FMI, en su libro "Globalización, Desarrollo y Pobreza", propone que para salir del subdesarrollo es necesario "más globalización". Alega que la pobreza ha persistido porque los gobiernos "son corruptos" y que aplican políticas económicas "contrarias a la idea del libre mercado".
El analista financiero David Saied, "El por qué de la izquierda" (La Prensa, 29
11/06) afirma, en este mismo sentido, que "La reacción anti-mercado no es tal, el pueblo está reaccionando a siglos de mercantilismo y feudalismo, a siglos de oligopolios, nacionales y transnacionales". Agrega que en nuestros países, con la excepción de Chile, nunca ha existido un modelo económico de mercado y -acusa de esta situación a un "puñado de familias" que -en la región- controla la propiedad y "carteliza" los mercados en alianza cómplice con gremios corrompidos. Tales tópicos económicos cobran vigencia entre los analistas que ante lo que está ocurriendo buscan culpabilizar a los políticos y no al modelo económico. Pero no todos coinciden.
El premio Nobel de Economía 2001, Joseph Stiglitz, ha dicho que si se quiere crecer y disminuir la inequidad en el reparto de su riqueza se debe "evitar seguir las políticas públicas que impone el Fondo Monetario Internacional (FMI) a los países en vías de desarrollo". El catedrático estadounidense y ex presidente del Consejo de Asesores Económicos de Clinton, sostiene que el fenómeno de la globalización ha resultado en mayores beneficios a la población con más ingresos. Stiglitz, autor de libros de referencia en economía traducidos a 35 idiomas, no tiene piedad en criticar los mecanismos globalizadores aplicados por los "fondomonetaristas". Para este economista no puede haber oportunidad de desarrollo sin igualdad.
En esta fractura (desigualdad, explotación o como quiera llamársele) se hallan las raíces de la insubordinación electoral de América Latina, donde los "duros" de la región (Venezuela, Cuba y Bolivia) son especialmente críticos con EE.UU. Y aunque nadie dice que puedan alcanzar la estabilidad política y el desarrollo, han ganado espacios democráticos, se oponen a los TLC a ultranzas, redefinen el destino de sus excedentes exportadores y enfrentan las inversiones extranjeras con "integración regional", especialmente energética. En el campo diplomático estos nuevos dirigentes no dudan en buscar alianzas con socios "no tradicionales" (China, Rusia y países árabes) y debilitan los foros de los ejes económicos (Europa y Estados Unidos) para hacer fracasar las pretensiones hegemónicas a favor de la integración sudamericana.
La rebelión en las urnas de América Latina no es la fórmula para el desarrollo, sino la respuesta de "contención" política de las masas a las fracasadas reformas económicas de los 90.